16 noviembre, 2008

Poemas de Miguel Ildefonso

Poema a z

Mientras escribo ahora
Z baila en el Princes Machiavellis
Sobre las lilas que titilan en el desierto de El Paso
Ella es de Colorado
No habla español
Su cuerpo es un coro de trompetas
Oscuros ángeles cargando una luz
Por toda esta ciudad tatuada en una roca
Agarro mi última cerveza
Estoy contra las cuerdas de mi destino
Mientras Z se sujeta los cabellos
Y pasa una mano por una mejilla
Miles de niños mueren en Perú
Fico toma su última copa
Hace como dos años mis ojos
Miran el horizonte detrás de una malla
Un hueco adorna entre mis costillas
Huellas de incas muertos se han tallado
En mis sueños
Todos los carros en el free way
Se borran en los senos de Z
Los helicópteros los alacranes
Se tuercen cuando Z hace un giro
Levanta una pierna
Se bambolea
Un girasol de su hombro cae
En un punto donde vislumbro un tren
Y montañas a lo lejos
Un beso vuela por las mesas
Entre el humo de las fábricas
Z está en el suelo simulando
Una cópula
Sirenas a lo lejos
Una computadora encendida con un dibujo
Que da vueltas sin hacer ruido
Un mantel donde pájaros blancos bostezan
Cuando acabe la canción
El viento será más fuerte
La noche más alta
El silencio abarcará este papel
Donde ya no la podré ver
Z se pone de cuclillas
Y gira bocarriba estirando una pierna
Estás aquí – le digo
Como la primera luz
Que tocó al mundo
Estás en la lámpara que escribe
En los anuncios de neón que comen zapatos
Estás en los casetes que guardan una música
Para siempre en la tierra
Bombardeada por el cielo
Z ya acaba su baile
Alza los brazos otra vez
Se mira en el espejo
Se manda un besito ella misma
Una armónica ronca su agudo
En las carreteras de Estados Unidos
La ruta 66
Por el camino que nunca es el mismo
Soñando en la madera de los años
Junto a mi mesa
Tocando sus labios
El imperfecto rostro de las llaves
Con esa sensación de haberla tocado
Por los segundos que toqué la rosa
De todos los mágicos desiertos
Mi alma montada en su caballo
Borracho con 50 dólares
El viento entonces soplará a favor
Estás aquí – le diré
Bajo mi arma cargada de nubes
Al ras de tu memoria
Donde se rompe la luna
Y ve llover millones de lágrimas
Que anuncian otro amanecer
Algo así es el amor
Cuando Z baila
Igual que la materia que se desliza
Por estas calles
Un líquido humano en silencios y herraduras
La materia gris extraviada entre carteles
Porque cada mundo tiene su dios y su vacío
Porque lo único que tiene esta ciudad es un río
Estás bailando Z
Custodiada por los vientos
Los días entre las horas
La eternidad entre los segundos
Más tarde ya no habrá día ni noche
Y así poco a poco me borraré

En su danza
(14-12-01)
Oración ante el cadáver de Elvis
Dios que habitas en los desiertos
En los espíritus perdidos por calles oscuras
Conduce a este cuerpo inerte hacia su paraíso
No lo dejes caer en la tentación de volver
A la vida a los aplausos y las anfetaminas
Si alguna vez lo viste en un bar totalmente
Borracho y maldiciendo la suerte de su corazón
Perdónalo porque nunca supo de lo que hacía
Si lo viste muchas veces hacer lo mismo
En miles de bares de Tennesse perdónalo
Mil veces porque así como lo hicieron rey
Murió muy solo
Igual como murió tu unigénito en el Gólgota
Yo sé que si lo oyeras bailarías sacudiendo
Esa barba sureña y cimbreando tu pelvis
Al compás del rock de tu cárcel infinita
Dios todopoderoso creador de la música de los 50’s
Oye esta oración que es la única que he compuesto


Domingo 23 de abril.
Mediodía de algo
Tan lejos de mi corazón
están estas montañas.
A través de las calles
o cruzando la frontera
veo pasar los días
en pedazos de fuego.
Es el silencio un barco
encallado en el desierto.
Leo a Lorca y tú lees
conmigo las líneas
de los aviones,
las señales de los puentes,
la fuga de las lagartijas,
el pinche viento que entierra
mis dedos
en el tronco seco de nuestro adiós
que ya no da sombra.
Mi respiración pasea
por tu mejilla rosada.
El sol se dora en tu lengua
mientras los camiones
devoran los segundos,
mientras un coyote clava
una rosa en su ventana
para que un viento negro lo arranque,
ese viento negro de El Paso.
Toda la tarde pasaron los trenes,
las aves se estrellaban en la fábrica roja
del free Way,
las mariposas copulaban en los vagones.
Toda la noche cantaba John
en mi Lenoxx Sound de 25 dólares.
La luna olvidó su palidez en mi cuarto.
Una cucaracha trepó a mi corazón,
escribió tu nombre
y durmió entre mis costillas.
Eso fue anoche.
John cantaba en las rocas, un tema
sobre esas miserables urbes de Juárez.
Te decía que quería hablar contigo,
que no sólo vivas en sus sueños
sino aquí entre las cosas
que le pasan al mundo,
entre la luz que nunca se apaga
y la penumbra
que no puede salir de su umbral.
El horizonte es una frontera
imposible de cruzarla
con sólo la razón.
El amor era apenas niña.
La mar de ese barco está en ti ahora,
aquí en el desierto,
no lo dejes hundir.
Yo te esperaba en un paradero
en Mesa, donde nadie
te había esperado,
una mujer cargó su bolsa y subió
al camión rumbo a Juárez,
me quedé solo, esperando
que aparecieras
con tus dos alas para que
te quedaras de una vez en mi corazón.
Ese era mi pasaporte
para entrar en ti,
el único.
Pero ya no tenía corazón,
yo, un perro negro sudamericano,
me quedé viendo los pájaros
que cantaban carbonizados
en el alambre de la frontera.
Era una postal que me costó 3 dólares.
Te digo que pensaba en ti,
en los dos,
en lo que se iba.
El desierto era la Virgen que no llora.
El desierto era un antiguo tejido
de cosas inmensas que nadie podía ver.
El desierto cantaba
con la voz de Lennon
aquella noche del 8 de diciembre
de dos mil.
El desierto éramos los dos.

Larguémonos
Hola, Jack, viejo amigo, te dedico esta noche
triste del 2001, no sé qué fecha es hoy,
sé que es lunes del mes de Setiembre,
mi canción de estos días de inicios de invierno es:
Apuesta por el rock and roll,
cantada por Bunbury,
hace días que el fondo del mar es el pico del cielo,
un lugar para oler las flores
que van naciendo con la muerte
de las cenizas del desierto.
Bajo el volumen de la música
oigo de milagro la sirena de un patrullero,
sonido familiar, música de Lima
de esta hora de la noche.
“No hay amanecer en esta ciudad”,
dice esta canción podrida de licor
en Amor transformada.
Te vi, Jack, por Stanton,
ebrio, arrastrando constelaciones,
ladrando sobre la luna,
te vi, bailando esto de Bunbury:
“perdí mi apuesta por el rock and roll”.
El paraíso nunca es para el corazón.
El paraíso nunca dura más que el abandono.
No, Jack, no pudo ir peor,
pero llegaste a la playa inexistente,
una muchacha en la noche desnudando la noche,
dejando frías las estrellas y más pálida la luna.
Hace tiempo que no reías, te dice la muchacha,
y te invita a sentarte en la arena tibia.
Hay luces a lo lejos y todo su cuerpo
es la suma de todos los caminos recorridos.
Porque el cuerpo de ella es el camino
no recorrido: plusvalía (diría Pound).
Porque el cuerpo de ella
es el mar del fondo de tu borrachera.
Sí, hace tiempo no escribes nada nuevo.
Todas esas cosas de amar
las guardas en el frish como una primavera.
Por Adán, por César, por Arthur, por Neil,
y por la ruta sin retorno de tu último tren.
No sé si una vida encaja en un cuerpo,
en una sola vida.
No sé si dos corazones es un alma,
o mil almas es un corazón.
No sé si dos ojos ven igual que quinientas bocas.
No sé si la estrella envidia a su reflejo,
o si la luna odia al sol.
El viento ahora es fuerte por Schuster.
Aquella noche en que viste el infierno
fue también la noche en que amaste.
Todo acabará con las mismas palabras
que empezaste a decir.
Después de la muerte habrán
otras palabras que la poesía ignora.
Ningún licor te emborracha.
Ningún sueño podrá despertar a la vigilia.
El mundo real ya no existe.
El fin de tu historia es el inicio de una historia fantástica,
donde los mares son espejos helados de estrellas muertas.
Hacer el amor será pisar la luna con los versos de Dante,
o cruzar el Stigia con la última línea de Homero,
o trepar un tren con las vocales de Rimbaud,
u orinar en la Plaza Mayor
con el poema XXXI de Trilce.
Dónde estás en este momento, Jack, en qué cantina
de México.
Dionisio y Apolo están en esta tinta que fluye
como alcohol y sangre.
Ser libre es escapar de los puntos de vista.
Escucha: Kansas conecta con Main,
y tu corazón conecta a una noche
en que la cocina de tu hogar ardía.
Madre, aquí estoy, no he muerto.
Madre, yes son, estoy aquí escribiendo, nada más.
Aquí estoy soñando entre los sueños de tanta gente
que no quiere despertar de su pesadilla.
Desde aquí veo algo del soñado
Paraíso Perdido de Milton.
Te veo en un bar, Jack, fuera del mundo,
fuera de tus libros, solo con tu alma.
Tú paseabas por Hollywood, con barba de tres días,
y con una botella de cerveza.
Una mujer aparece, es la misma mujer de la playa inexistente,
pero esta vez te dice para hacer el amor.
Cada instante es el cementerio de alguna palabra.
En qué cantina estás, Jack,
a cuántos kilómetros de este papel.
Perdiste la Apuesta por el rock and roll.
Y yo gané el silencio.

El Greyhound

Debajo del sol
los campos
Free Way Entrance / Interstate 5,
ahí se iba el país
como un tractor evaporándose en las mitades
(la madre con sus dos niños – en la otra fila -
se arrullaba en la ventana
y la muchachita morena _ a mi lado _ cruzaba sus piernas
y buscaba una mejor canción en su discman).
Hace veinte años yo vivía al sur de Texas;
una noche se detuvo la luna en el cuarto menguante
y a mi cuarto entró un ángel,
yo tenía la televisión encendida,
mirando colores por todos lados,
escuchando las trompetas del infierno,
mientras fumaba mariguana.
Hola, Jack _me dijo ella,
dejó sus alas al pie de la cama
y sin tocarnos hicimos el amor.
Después de veinte años la recuerdo
y aún sigo oyendo las trompetas del infierno,
árboles derruidos del país irreal
que sembraron nubes por el horizonte.
Aún suceden cosas mágicas
los días lunes, me decía ella.
Aún pienso que alguna mano
mágica pone las cosas en su lugar.
Tengo esperanzas pero no sé de qué,
decía desconsolada
mientras se pintaba de rojo los labios.
El paradero estaba en mitad de la Ruta 90.
Dobló el bus por el One Way,
líneas amarillas y blancas de N. Dodge St.
De qué mundo eres? _ me dijo la muchachita morena
de pecas en los hombros.
Yo la recuerdo, entre casillas de correos
de St. Mathias,
entre golondrinas de Gilbert St. y College St.,
yo la recuerdo en la esquina,
obstinada en que llegue su bus.
Bonitas chicas de Iowa _ me decía_,
yo también estaba esperando el bus,
entre saucos y sueños pequeños como haikus.
Ahora respiro hondo el aroma
de sus labios.
Ahora ella se duerme en mi regazo.
Afuera un tronco tirado,
que parecía una vaca herida a lo lejos,
me muestra su desolada flor.
¿De qué hablaré en esta época
en que ya no suceden grandes desastres?
Bajo el puente Mar Butter
las ratas mastican los venenos.
Del silencio se extrae la palabra,
de la palabra se extrae el amor,
del amor se extrae el sueño o el olvido,
del olvido se extrae otra vez el silencio.
El mundo poético de Whitman era el arte que diseñó
la guerra de secesión,
aún había romanticismo, luego Poe,
más tarde Pound y Wiliam Carlos Williams,
Ginsberg.
Usura, madre de Nueva York,
demolió el sueño americano
en los molinos de la Mancha.
Entre las reses de Arby’s estábamos,
cuando de mi sueño salió Naomi.
Estamos llegando, me dijo ella.
Es otro Estado.
Yo había ya perdido toda noción.
Viajaré hasta que seas realidad,
le dije a Naomi.
Ella encendió otra vez su discman.
Abrió la ventana,
y se convirtió en un ave pequeñita.
Bajamos un rato al Mac Donalds
de Rock Springs.
Como un lenguaje épico busca a su héroe,
Naomi se sentó a tomar Coca Cola
perdida en su selva.
Nevados de Morgan,
hacia Tramontan, y las montañas blancas
sobre casitas azules y las ovejas y los caballos.
Así como la Powder Montain,
el silencio hablaba por los muertos.
Ellos viajaban en el ferrocarril de la Union Pacific
desde la Oroya.
Ellos me podían ver pegado a la ventana,
en Wood Cross, o
acariciando a Naomi en la estacion de Utah.
Pero ella voló en otro bus rumbo a Idaho,
La vi entre los demás cadáveres,
la vi con sus abuelos venidos de Africa.
Un granjero me preguntó si la muchachita
era mi esposa.
No, respondí.
Es que ella, antes de subir al bus,
sacó de su abrigo una foto tuya.
Sin querer la vi, disculpa que me entrometa,
es que ella estaba llorando, me dio tanta pena...
No la volví a ver.
Naomi,
bajo los carteles verdes del Highway,
bajo la mortecina luz del baño
ella se pintaba los labios.
Yo llegaba a Lake Salt;
todo el tiempo la esperé entre canciones,
todo el tiempo estuve soñando con las reses,
eran tantas que en fila cubrían el país.
Me había hecho una idea del amor.
Me había hecho una idea de Los Estados Unidos.
Había hecho un poema sin retorno.
“La tierra, ella me basta”.

* Miguel Ildefonso. Lima, 1970. Ha publicado, entre otros, los libros de poesía: Vestigios, Canciones de un bar en la frontera y Las ciudades fantasmas. Vivió en El Paso-Texas, haciendo una maestría. Los presentes poemas provienen de su experiencia en aquel desierto.

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