16 noviembre, 2008

Gustavo Armijos, La Tortuga Ecuestre y la Generación del 70

Por Juan Carlos Lázaro

La poesía no sólo son los versos de un poeta. La poesía también puede surgir en sus actos, sus sueños, sus proclamas y hasta en sus mentiras. Por el mundo transcurren poetaas sin poemas, es decir, gente que ha aprendido a vivir poéticamente, pero que no escribe un solo verso. Como también hay -en abrumadora abundancia- versos y poemas sin poesía. Esto es lo más patético.

La tortuga ecuestre, la revista de poesía de más larga vigencia en el Perú, es parte de la obra poética de Gustavo Armijos. Hay quienes piensan que es su mejor poema. Un cuaderno regularmente de ocho páginas, como los viejos cancioneros, que en cada edición nos revela a nuevos poetas y nos reencuentra con quienes persisten en el oficio de la palabra y con los maestros.

Si bien surgió para expresar a su generación -la Generación del 70-, pronto trascendió y se convirtió en el espacio de encuentro de todas las generaciones y corrientes poéticas. No discrimina ni margina. Es una casa con las puertas y las ventanas abiertas a los cuatro vientos.

De esta manera, Gustavo Armijos y su revista se han hecho indesligables, son acaso el mismo ser, escriben la misma poesía. A veces el poeta afirma su individualidad en libros de versos como el que se presenta esta noche. Pero con La tortuga ecuestre convierte la experiencia poética en tarea colectiva.

Esta historia empieza con la década del 70, cuando estaba en su mejor momento el movimiento Hora Zero, fundado por Jorge Pimentel y Juan Ramírez Ruíz, que había insurgido contra el establishment literario local, reclamando una nueva poesía comprometida con la realidad social del país y de la época. Hora Zero copó rápidamente la escena y gran número de poetas jóvenes, sobre todo provincianos, adhirieron a sus filas. Quizá el mejor logro del nuevo movimiento fue su propuesta y su esfuerzo por descentralizar la actividad cultural del país, revelando a nuevos autores de provincias, y estableciendo focos de actividad poética en ciudades de costa, sierra y selva.

Sin embargo, no todos los jóvenes de los años 70 militaban en Hora Zero. Un grupo de ellos tomaba distancia crítica de ese movimiento, al que le reprochaba su caudillismo, cierto snobismo de sus jefes y, principalmente, su populismo y su demagogia. Hora Zero, además, era sectario. Si bien, como hemos dicho, promovía la descentralización de la actividad cultural o poética más allá de la capital y ofrecía un nuevo escenario a las voces jóvenes de Lima y provincias, todo esto lo hacía a condición de militar en sus filas. En los años 70, quienes no adherían a ésta ni a ninguna otra agrupación literaria, quedaban convertidos en unos parias.

Uno de estos parias era Gustavo Armijos, espíritu individualista y soberbio, qien interpretó con acierto la necesidad de crear un nuevo espacio para la difusión de la poesía, sin sujetarse a reglamentarismos ni a poéticas grupales de ningún tipo. Es importante subrayar este aspecto porque debe tenerse en cuenta que la Generación del 70 fue un movimiento gregario, en la que gran parte de sus poetas constituían grupos o guerrillas poéticas para "tomar el cielo por asalto". Esta dinámica les permitía crerar su propio escenario de actuación desde el cual editaban revistas, plaquetas y libros; organizaban recitales; tendían puentes hacia la gran prensa, y presionaban e influían en los antologistas y promotores culturales. Visto el panorama de los 70 desde esta perspectiva, puede entenderse y valorarse mejor la importancia de la existencia de una revista de poesía como La tortuga ecuestre, absolutamente independiente, surgida al influjo de su generación, pero decidida a ser, desde su primer número, un espacio de encuentros antes que de desencuentros.

Como testigo y protagonista de esta experiencia, puedo decir a manera de testimonio, que la revista fue el resultado de una larga tentativa de un grupo de poetas veinteañeros, melenudos y pobres que solían reunirse en el bar Palermo, en el centro de Lima. A tono con su época, querían publicar una revista de ruptura, pero de gran pluralismo poética e ideológico. Noche tras noche, navegando en mares de cerveza y flotando entre el humo de sus cigarillos, discutían y proyectaban la que debía ser su gran publicación. Cada día se incorporaba a un nuevo colaborador, dando la impresión de que en el Olimpo había lugar para todos los aspirantes a poetas. Hasta que la impaciencia de alguien desató una crisis entre esos jóvenes bohemos que ensayaban ser editores. Malhumorado por tantas postergaciones, Gustavo Armijos pateó el tablero, retiró sus textos del proyecto, y desapareció del Palermo. Un mes después me buscó en mi centro de trabajo y me sorprendió con unas pruebas de imprenta en cuyo encabezado figuraba el nombre de La tortuga ecuestre. Un poema mío, con el pesonaje de Franz Kafka, abría la revista. Y seguían los textos de Elías Durand, Santiago López Maguiña, del mismo Gustavo, y de Isaac Rupay.

Aquí cabe hacer dos precisiones importantes. La primera tiene que ver con la fecha de esta primera edición. En la revista figura la de enero de 1973. Lo cierto es que apareció y empezó a circular desde fines del año anteror, en 1972. ¿Por qué hizo esto Gustavo Armijos? Nunca llegué a saberlo. Pero aún ahora, 30 años después, La tortuga ecuestre marcha por delante del tiempo, un desafío futurista que no se le ocurrió ni al mismo Marinetti.

La otra precisión es sobre su director. En ese primer número figura como tal el poeta y extrordinario amigo Isaac Rupay, quien falleciera prematuramente en 1974. En honor a la verdad hay que decir, sin embargo, que el único director de todas las ediciones de La tortuga ecuestre ha sido su fundador. El uso -con su consentimiento- del nombre de Isaac Rupay como director de esa primera entrega tuvo con ver con un afán de concertación después de la abrupta y circunstancial ruptura de Gustavo Armijos con el proyecto inicial de editar una revista al margen de todos los grupos.

En los años 70 realizar una publicación en imprenta era una verdadera hazaña por la complejidad de su proceso y por su alto costo. Los poetas que insurgieron en esa época, tributarios de los movimientos de la contracultura fraguados en Europa y Norteamérica, dispensaron del offset y optaron por el mimeógrafo electrónico: económico, rústico, nada limpio, pero noble. Así se abrieron paso. Inundaron la escena con volantes, folletos, cuadernillos y plaquetas. Hubo quienes editaron revistas de sólo 10 ejemplares, hechas a mano e ilustradas por ellos mismos, como fueron los casos de Omar Aramayo y Nelson Castañeda. Muchas de estas publicaciones no pasaban de la primera o segunda edición. Por esto, el lanzamiento de La tortuga ecuestre, impresa en offset y a dos colores, fue todo un suceso. Su diseño y formato, así como su brevedad de páginas, eran similares a los de Haraui, la revista de poesía que editaba el profesor Francisco Carrillo, y de Creación & crítica, de Javier Sologuren. Entonces nadie imaginó que la publicación del más joven e inexperto de estos tres editores sería la que tendría más vigencia.

Otra característica importante que cabe destacar de la revista de Gustavo Armijos fue el criterio de selección de sus autores. Empezó estrenando a poetas sin currículum, totalmente inéditos, algo que ha seguido haciendo a lo algo de sus casi 300 ediciones. Son decenas de poetas que deben a La tortuga ecuestre su iniciación poética, empezando por el que habla. Pero, además, la revista nunca ha discriminado a ningún poeta, ni siquiera a quienes pertenecían a grupos que tenían sus propias publicaciones. Y, asimismo, la revista no tardó en abrir sus páginas a poetas de otras generaciones e inclusive de otras nacionalidades. Hay quienes han criticado a Gustavo Armijos esta supuesta falta de rigor para seleccionar a sus autores. El tiempo, sin embargo, ha probado lo enriquecedor que ha sido la amplitud de esta apertura.

En el año 2003, La tortuga ecuestre celebró 30 años de vigencia. Con ese motivo escribí en un diario de Lima que esas tres décadas de incesante labor de difusión de la poesía peruana sólo se debían a la tenacidad de su fundador y editor, quien persiste en la tarea sin ningún tipo de promoción privada ni de apoyo oficial. También dije que el conjunto de sus ediciones constituye uno de los más completos registros de la producción poética nacional de los últimos 30 años. Y destaqué que ese registro se sobrevalora porque recoge la obra de muchos autores que no transcurre necesariamente por los circuitos convencionales de la difusión de poesía como son los círculos universitarios, los centros culturales o las capillas literarias.

La tortuga ecuestre, en conclusión, está entre lo mejor de la obra de Gustavo Armijos. Si esta noche celebramos una nueva edición de su libro Acuático / terrestre, poemas anfibios, no se puede dejar de lado ese otro poema suyo que empezó en un bar de Lima cuando tenía 20 años, y convocó a todos los poetas a aportar su parte, y sigue enhebrándose con los versos de nuevos poetas que surgen a su paso. La tortuga ecuestre es de Gustavo Armijos y es de todos.

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